El fuego como símbolo de con un fin de fortaleza y purificación, nos incita a través de la entrada a descubrirnos a través de los sentidos y los aromas en un jugueteo alquímico que nos abrasa (y abraza).

 

En esta muestra, el fuego se erige como un símbolo de fortaleza y purificación que nos convoca a una exploración introspectiva. Inspirados por la sabiduría de Heraclito, quien afirmaba que "todas las cosas nacen del fuego y a él vuelven", nos sumergimos en una meditación sobre el tiempo. El fuego, en su danza eterna de creación y destrucción, refleja la naturaleza efímera de la existencia.

 

La exhibición se convierte en un santuario sensorial donde los visitantes son invitados a descubrirse a través de los sentidos y los aromas. En un juego alquímico de percepción, el fuego nos abrasa y, al mismo tiempo, nos abraza, recordándonos nuestra propia dualidad y fragilidad.

 

Cada rincón de la sala se llena de vida a través de pequeños detalles que representan el constante cambio del universo. Estos detalles, como las llamas que danzan caprichosamente, nos hablan del proceso inevitable del ciclo eterno. La transformación es la esencia de la existencia, y el fuego, con su constante metamorfosis, nos insta a contemplar esta realidad con serenidad.

 

Atravesar el fuego se convierte en una metáfora de trascendencia hacia la eternidad. El proceso se convierte en un rito, una iniciación en el misterio de la vida y la muerte. Nos recuerda que nuestras pasiones terrenales y espirituales, como el fuego mismo, son elementos fundamentales de nuestra experiencia humana.

 

En este viaje filosófico a través del fuego, nos sumergimos en la paradoja de la vida y la muerte, la creación y la destrucción, el tiempo y la eternidad. Nos invita a reflexionar sobre nuestro propio ser y nuestras conexiones con el cosmos. Así, el fuego se convierte en un recordatorio de la constante transformación que todos enfrentamos en nuestra búsqueda de trascendencia y significado en este efímero viaje llamado vida.